Abusos sistemáticos a menores en conflictos: una crisis olvidada
Las niñas en zonas de conflicto: una vulnerabilidad creciente ante la guerra
A medida que aumentan los conflictos en distintas partes del mundo, el número de personas desplazadas y refugiadas también crece alarmantemente. Según la ONU, en 2024 se podría alcanzar la cifra histórica de 120 millones de refugiados, la mayoría mujeres y niños. En este contexto caótico, las niñas se convierten en un objetivo especialmente vulnerable, enfrentándose a situaciones de violencia y explotación sin precedentes.
Un testimonio desgarrador de una joven nigeriana víctima de Boko Haram revela el horror de esta vulnerabilidad. “Dos chicas no estuvieron de acuerdo. Eran un poco mayores que yo. Los mataron con un arma de fuego. Cuando lo vimos, todos acordamos casarnos”, narra la adolescente, quien fue forzada a un matrimonio con uno de sus secuestradores. Este no es un caso aislado: millones de niñas en situaciones de guerra sufren la violencia, el acoso y la privación de sus derechos fundamentales, enfrentando amenazas específicas que las condenan a futuros sombríos.
El último informe de Naciones Unidas indica que aproximadamente el 70% de las muertes de niños en conflictos armados son varones; sin embargo, las niñas son el blanco de ataques dirigidos. Las organizaciones terroristas y grupos armados que operan en zonas de guerra ven a las niñas como vulnerables al reclutamiento forzado, pero también como una fuente de abuso y explotación. Aquellas que se atreven a alzar la voz por sus derechos sufren represalias incluso más severas, convirtiéndose en víctimas de ataques sistemáticos.
Además de la violencia directa, la situación educativa de las niñas en conflictos se ha vuelto precaria. En Ucrania, más de 7,000 escuelas han sido cerradas o dañadas, mientras que en Gaza, todas las escuelas están cerradas y la mayoría destruidas. Sin acceso a la educación, muchas niñas son obligadas a asumir roles tradicionales de cuidadoras y trabajadoras domésticas, lo cual incrementa su probabilidad de abandonar la escuela. Según el Banco Mundial, las niñas tienen 2.5 veces más probabilidades que los niños de dejar sus estudios, lo que perpetúa la desigualdad sistémica y el ciclo de pobreza.
La violencia sexual en conflictos se ha convertido en una herramienta de guerra que afecta desproporcionadamente a las mujeres y niñas. En regiones como el este de Chad, que alberga a muchas personas que escapan de la violencia en Sudán, los incidentes de violencia de género han aumentado un 50%. Grupos como Boko Haram utilizan tácticas como el secuestro y la esclavitud sexual para deshumanizar y doblegar a las niñas, obligándolas a unirse a sus filas y tratándolas como mercancía. Esta situación se ve agravada por el hecho de que al escapar, muchas de estas niñas enfrentan un estigma que dificulta su reintegración en la sociedad.
El contexto de guerra también priva a las niñas de servicios básicos de salud y educación. La escasez de alimentos y agua, combinada con el cierre de hospitales y escuelas, pone en riesgo la vida de miles. La ONU Mujeres estima que se necesitan millones de productos menstruales para cubrir las necesidades básicas de las mujeres y niñas en Gaza. La crisis humanitaria pone a muchas familias en situaciones desesperadas, lo que aumenta la probabilidad de que recurran al matrimonio forzado como una salida para sobrevivir.
La falta de asistencia humanitaria en estas áreas conflictivas lleva a las familias a tomar decisiones extremas. La desesperación puede empujar a los padres a obligar a sus hijas a casarse antes de la edad adecuada, privándolas de la oportunidad de vivir una infancia plena. La comunidad internacional y los Estados deben actuar con rapidez para proteger a estas jóvenes de la violencia y la desigualdad que enfrentan.
Es urgente que se visibilicen estos problemas y se establezcan medidas efectivas para salvaguardar los derechos de las niñas en zonas de conflictos. La realidad de una joven que fue forzada a casarse con un combatiente de Boko Haram refleja el sufrimiento silencioso de muchas, quienes viven con cicatrices emocionales profundas que las marcan de por vida: “A veces sueño con los cadáveres o las lapidaciones de mujeres que vi. Cuando abro los ojos no puedo volver a dormir”. Este tipo de relatos no deben ser la norma en la vida de miles de niñas.
La situación de las niñas en contextos de guerra exige atención y acción inmediata. Organizaciones humanitarias y gobiernos deben trabajar juntos para asegurar un futuro más saludable y justo, donde las niñas tengan acceso a educación, salud y oportunidades, lejos de la sombra de la violencia y el abuso. No podemos permitir que sus sueños sean rehenes del conflicto; su infancia y su vida dependen de ello.