Guayaquil sumido en la oscuridad ahoga el comercio local.
Crisis eléctrica en Guayaquil: el comercio local a la deriva
Guayaquil, la ciudad portuaria de Ecuador, atraviesa una crisis eléctrica que ha llevado a muchos de sus comercios a la inactividad. El ambiente sonoro de la ciudad, antes vibrante y bullicioso, se ve ahogado por cortes de luz que afectan a miles de ciudadanos y negocios locales.
Las panaderías, piezas clave en la vida cotidiana guayaquileña, permanecen a oscuras en los momentos más cruciales del día. En la emblemática Panadería Nacional, los hornos han estado apagados durante cinco horas, coincidiendo con la hora de mayor venta. "Hemos perdido el pan que más vendemos", lamenta Rux Pérez, un empleado. La situación es desesperante para los comerciantes, que configuran su día en función de los horarios que la compañía eléctrica comunica, frecuentemente incumplidos.
La calle Luque, centro de una acitvada zona comercial, es un claro reflejo del impacto de los apagones. Desde farmacias hasta restaurantes, el descontento se siente en cada rincón. Miguel Ángel Rumipamba, dueño de un negocio de comida, ha visto caer sus ingresos un 40% en un solo día. A pesar de contar con un generador para mantener caliente su oferta gastronómica, el comercio sigue siendo insostenible en este contexto, donde la estabilidad económica ya era precaria tras la pandemia.
La inseguridad es otro de los desafíos que enfrentan los comerciantes en Guayaquil. Sin embargo, la falta de electricidad se suma como un factor que complica aún más el panorama. Los robos y la violencia son una sombra constante. “Tener un negocio es un riesgo”, afirma un propietario, mientras observa cómo la clientela se reduce ante el temor constante de salir a la calle, especialmente en horas de apagón.
La incertidumbre se apodera de los propietarios de negocios. “Solo abro el local para que la gente no piense que he cerrado del todo”, dice Carlos, dueño de una imprenta, quien se muestra alarmado por la falta de clientes. Los cortes prolongados han ahuyentado a los compradores. “La gente sale menos cuando no hay electricidad; probablemente piensan que no estamos dando servicio”, añade, reflejando la desconfianza acumulada.
Las historias de desesperanza se multiplican. Ana Paula Suárez, optometrista, se ha visto obligada a cubrir sus máquinas oftalmológicas bajo una lona. "En un día he visto a una sola clienta", explica, agregando que el largo periodo sin electricidad complica no solo su labor, sino también la salud de los guayaquileños que requieren atención. Su voz resuena junto a la de muchos profesionales que, a raíz de la crisis eléctrica, se sienten impotentes.
A pesar de las dificultades, el regreso de la electricidad a las 3:30 p.m. trae un alivio temporal a la población. Desde el centro de la ciudad se escucha un grito de alegría colectiva, pero la celebración es efímera. La población ha dejado de creer en los anuncios de horarios de cortes eléctricos. “No sabemos cuánto durará la luz”, afirman los comerciantes, mientras los generadores se apagan y la música llena nuevamente el ambiente.
Mientras tanto, el Ministro de Energía asegura que la lluvia de la noche anterior no fue suficiente para aumentar el caudal del embalse que alimenta las plantas hidroeléctricas de la región, y ha convocado a una reunión para decidir sobre futuros cortes. La incertidumbre es palpable: el martes, la mayor parte del país ya había acumulado 12 horas sin electricidad, un recordatorio de la fragilidad del sistema eléctrico ecuatoriano y las implicaciones que esto tiene para la economía local.
La situación en Guayaquil pone de manifiesto no solo el conflicto entre la infraestructura eléctrica y las necesidades de la población, sino también cómo la resiliencia de sus habitantes se enfrenta a una nueva crisis. La solidaridad entre los comerciantes y el esfuerzo por mantener sus negocios a flote son signos de un espíritu indomable en medio de la adversidad. La ciudad sigue adelante, pero la urgencia de soluciones efectivas crece con cada apagón.